Dios me habló de nuevo recientemente sobre el valor de mentorear a las nuevas generaciones. Él me guió a crear mi propio salón de la fama de Hebreos 11, poblado por aquellos que impactaron profundamente mi vida hasta mis 35 años.
Formadores fundamentales
¡Veintitrés personas! Entre ellas, mis padres y mi esposa. La forma en que ellos tres me moldearon es incalculable.
– Mi madre, Gloria, fue profundamente rechazada desde su nacimiento. Ella decidió que si Dios le daba hijos, les diría todos los días que los amaba. El legado de saber que soy amado es la piedra angular de mi vida.
– Mi padre, Bill, fue un soldado en la Segunda Guerra Mundial, condecorado muchas veces (¡25 medallas e insignias!). Fue un guerrero, pionero y soñador. Como lo soy yo.
– Mi esposa, Débora, una hija de misioneros en Guatemala, caminó conmigo por largos y profundos caminos de depresión, sanidad interior y crisis matrimoniales. ¡Ser casado con alguien como yo no es nada fácil! ¡Qué heroína!
Otros formadores importantes
Entre los dieciocho y los veinte años, tres hombres sentaron las bases para el resto de mi vida. Colocaron fundamentos y me elevaron a niveles que nunca podría haber imaginado (Jer 12.5).
- A los 18 años, le dije a José McCullough, nuestro director de misiones jubilado, que me sentía llamado a influir en toda Bolivia, el país donde crecí. Él no estuvo de acuerdo. Me dijo: “David, creo que Dios quiere usarte a nivel de América Latina”. Esa simple frase moldeó el resto de mi vida y ministerio.
- A los 20 años, pasé tres días en un taller de capacitación con Howard Hendricks sobre cómo hacer discípulos. El resto de mi vida hice y hago discípulos.
- A los 21 años, le pregunté a Ron Wiebe, el director de nuestra misión en Bolivia, qué era lo que más necesitaba América Latina. Después de un año en Bolivia como misionero de corto plazo, interpreté su respuesta de esta manera: “Una persona que sea una verdadera autoridad en cómo debe funcionar la iglesia”. Y sigo especializándome hasta el día de hoy, en iglesias saludables que hacen discípulos.
Como dice el autor de Hebreos (11.32): “¿Y qué más diré? No tengo tiempo para hablar de Pedro, David, Tito, Marvin, Donaldo, otro David, Tomás, Allen, Wesley, otro David(!), Harolda, otro David(!), Virgilio, Raimundo, Stuart, Guillermo y Fred. “El mundo no era digno de ellos” (Heb 11.38). Y sin embargo, ¡Dios me los dio!
Debo devolver. Debo encontrar a esos jóvenes en sus años formativos y moldearlos para su destino eterno. Moldear los que van a liderar la iglesia para las generaciones futuras.
¿Y tú? ¿A quién conoces en sus últimos años de adolescencia a quien podrías guiar o discipular? ¿En sus veinte? ¿Y en sus treinta y pocos? Al hacerlo, puedes cambiar la historia de una iglesia. Una denominación. Una misión o un ministerio. Una ciudad. Un país. O incluso un continente.
Deja de decir que no tienes tiempo. Jesús discipuló a doce hombres de la nueva generación. Pablo discipuló a Timoteo. Bernabé discipuló a Juan Marcos. Si ellos se tomaron el tiempo para eso, ¿por qué tú no?
David Kornfield
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